miércoles, 29 de agosto de 2012

pastilla para dormir

Me arden los ojos.

Puedo pensar el mundo más adelante de lo que es adelante de este segundo. Puedo pensarlo sin imágenes, como un negro blanco lleno de luminosidad oscura, con sonidos tenues que fluctúan entre tu voz, un pájaro, una nube moviéndose por culpa del viento sur volcando toda su suavidad en los repollos del abismo celeste aclarándose, mojando el pincel y manchando la palestra del cielo.

Me pica la nariz.




Me lloran los ojos.
Me baño en nuestras lágrimas,
camino en redondo, me trepo a tu espalda, apoyo mis labios, los dejo secar al sol, espero que me salga un grano en la frente para poder decirte lo fea que me siento hoy, y el abrazo, que calma, que sostiene los brazos entre todo tu cuerpo;
amo usar comas.
 El rumoreo que escuchan mis sentidos al tocarte las células del exterior, esas que vos seguro decís que existen pero que yo te acomodo antes de irnos a dormir y antes de despertarnos con lagañas en los ojos, las sábanas en mis manos y las inconciencias del discurso que toma nuestras voces.

Me subo al sueño, me bajo del sueño.
Te cuento un secreto, te amo en silencio, me despierto al segundo para contarselo a tu pelo, bostezo satisfecha, redoblo la apuesta me tiro de lleno a los abismos del caos, comprendo tu risa, la hago propagar por las noches por los días por las horas.
Retomo la lectura y te miro, como esperándolo todo, como queriendo más si es que acaso lo hubiere.
El espectro que te recorre, el halo de luz que se despoja de tu cuerpo y empieza a iluminarlo todo, la energía convertida en actos.
Los pedazos de un ser recomponiendose de semejante travesía travesura, inmensidad incontrolable.
La noche nuestra aliada, el sol tempranero de una carpa a orillas de la bruma, el calor de los cuerpos, los seres eternos.

Me amo en otro cuerpo.

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